Más educación, más sentido crítico

Foto: Dani Buch

La última vez que fui a Berlín, al amigo en cuya casa me estaba quedando y a mí se nos rompió una bolsa de la compra en una estación de metro. Una botella de vino y otra de cerveza se hicieron añicos, dejando un enorme charco pegajoso y muchos cristales rotos a nuestro alrededor. En cuestión de segundos, varias personas nos rodearon y comenzaron a recoger cristales con sus propias manos. Un chico nos dio una bolsa de tela verde y nos deseó buena suerte. Una chica abrió un paquete de pañuelos y tendió varios sobre el charco.

Me duele decirlo, pero esta situación se me hace inimaginable en el metro de Madrid. Y la fotografía que nos deja el principio de la desescalada, desgraciadamente, me da la razón. Todos hemos visto imágenes de aglomeraciones en distintos puntos de España; yo salí a correr ayer y constaté que la mayoría de la gente carece de civismo y responsabilidad. Todo era un caos, nadie transitaba por su derecha para agilizar el flujo, nadie prestaba atención a los demás ni cedía el paso cuando tenía que hacerlo.

El patriotismo es querer a la gente y poner el hombro para que las cosas funcionen; de nada sirve ser un cafre pero tener una bandera tamaño estadio en el balcón. El patriotismo es civismo, respeto, educación. En estos tiempos no es popular criticar a los ciudadanos, pero España adolece de un preocupante déficit de civismo. En Alemania se dan unas directrices y la población las respeta a rajatabla. Aquí ya sabemos lo que hacemos.

Es más, sin directrices, es prácticamente un hecho objetivo que otros países funcionan mucho mejor que el nuestro en el día a día: no hay más que ver cómo se aparta la gente en el metro de otras ciudades europeas para dejar salir antes de entrar, o cómo te atienden en cualquier comercio. Por supuesto, todos hemos vivido casos que llaman a la esperanza, todos conocemos a personas con altura moral, pero este país funciona mucho peor de lo que podría funcionar por culpa de la gente.

Molestamos a los demás, pero resulta que España es un país de calle. Nos cuesta entender que tenemos  derecho al descanso, al silencio, a estar tranquilos en casa. Pero creemos que mientras no sea horario restringido podemos hacer la vida imposible a los demás,  creemos que es nuestro derecho. Se conduce mal, se hacen mal las colas, nos cuesta la misma vida decir por favor y gracias. Y no nos entra en la cabeza que nos sobran banderas y nos falta educación. Y después de imágenes tan lamentables, seguimos llamando asesino al Gobierno.

El confinamiento se decretó el 13 de marzo. Francia, Alemania o Reino Unido lo han hecho más tarde y, sobre todo, con mucha menos contundencia que España. El único país que se está salvando, a pesar de tener sus parques llenos, es Alemania. ¿Por qué? Porque tiene más camas de hospital, porque la densidad de población en Berlín es la mitad que la de Madrid y porque tiene un plan contra pandemias desarrollado en 2016. Es decir, Alemania invirtió en respiradores y otros medios mientras que aquí la derecha ha recortado la Sanidad a hachazos.

No me parece bien echarle la culpa al Gobierno por no tener una bola de cristal. La Sanidad está transferida a las comunidades autónomas y nadie sabía lo que venía. Cada autonomía es un pequeño estado; ¿ellas no sabían nada y el gobierno lo tenía que saber? Quien sí sabía que no podía producirse una aglomeración el 1 de mayo es Díaz Ayuso. Roza el patetismo que la presidenta de 6 millones de madrileños declare que se dejaron llevar por la euforia y diga que la culpa es de Podemos, cuando ella, que es la presidenta, invitó a los 132 parlamentarios madrileños y protagonizó un acto multitudinario.

Su partido orquestó en Madrid una campaña de desprestigio contra el doctor Montes, acusándolo de practicar la eutanasia indiscriminadamente. El único objetivo era externalizar servicios, depauperar el servicio público y engordar el capital privado de sus amiguetes. La actuación del consejero Lamela fue infame, como lo fue el comportamiento de Miguel Ángel Rodríguez, condenado a indemnizar a Montes con 30.000€ por llamarlo nazi. Rodríguez asesora a Ayuso en la actualidad.

No se nos debe olvidar que la prevención también depende de nosotros, que la prevención es dotar de medios a la Sanidad, no recortar 57 millones en mitad de la pandemia, como ha hecho Murcia. Debemos tener memoria, sentido crítico y conciencia ciudadana. Y, por cierto, los sanitarios y las fuerzas de seguridad merecen nuestro aplauso, pero no olvidemos que los periodistas se la juegan para que todos estemos informados. Otros desinforman y hacen ruido, pero eso es harina de otro costal.