No sólo de formatos vive el hombre

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El debate del lunes supone un paso adelante en lo que a formato se refiere. En Europa y Estados Unidos hace mucho tiempo que los candidatos participan en debates, y la ventaja es evidente. Aquí los debates han sido escasos y encorsetados, a regañadientes por parte del candidato de la fuerza política favorita, o directamente rechazados, como ocurrió con Mariano Rajoy en 2004 y este año, en los actos organizados por El País y Atresmedia.

La cita del 7 de diciembre comenzó con una inefable anomalía: la ausencia de Mariano Rajoy. La presencia, en su lugar, de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, apenas resultó una treta burda y no exenta de patetismo. Sin embargo, y en mi opinión, la vicepresidenta fue la única participante en el debate que demostró solvencia y solidez en la oratoria, lo que no deja de ser contraproducente para las siglas que defiende toda vez que no es ella la candidata, y la única lectura es la ausencia de carisma de su mentor. Aun así, Sáenz de Santamaría dio la imagen de recitar los temas de memoria y eso supone estar sólo un escalón más arriba que su jefe, que directamente es incapaz de articular un discurso si no lo lee.

Por su parte, Albert Rivera no cumplió las expectativas generadas por su aspiración a convertirse en el nuevo Adolfo Suárez de la nueva Transición y por su proverbial oratoria, que le valió la victoria en un concurso estatal de debate universitario. Rivera se mostró nervioso, inseguro, y no dio la talla de hombre de Estado, sino precisamente, y como mucho, de joven con labia capaz de ganar debates académicos. Además se reveló prepotente y desdeñoso, sobre todo con Pablo Iglesias, al que dedicó gestos y risas condescendientes y maliciosas que fueron captados por las cámaras gracias a la pericia del realizador. En este debate, el candidato de Ciudadanos pareció dar la razón a los que lo califican de producto de marketing con un discurso vacío.

Pablo Iglesias tampoco desplegó la solvencia exigible a un candidato a la Presidencia del Gobierno. Fue tal vez el orador más hábil, y el más espontáneo, y demostró atesorar el mayor fondo de armario cultural de todos los participantes. También hizo el mejor discurso de cierre, pero le sobró ese golpecito en el pecho, del que se mofó Rivera de esa forma en que un estudiante de Derecho, con pantalones chinos y zapatos castellanos, y llamado al éxito, se ríe del  jipi de la Facultad de Políticas llamado a pasar hambre. La mofa estuvo mal, fue poco elegante, pero ese golpecito, su alusión a Ocho apellidos catalanes y su error al nombrar a Pricewaterhouse Coopers delataron  una falta de talla insoslayable. Además, y aunque es bueno que se esfuerce en dejar de fruncir el ceño, es difícil de creer ese estado de sonrisa permanente, que sólo puede ser impostada o provocada por el consumo de cannabis o la conversión al budismo. Por último, la estrategia de ofrecerse al PSOE sólo si Podemos es la primera fuerza es  un poco zafia. Nadie se cree que si ambos partidos suman mayoría absoluta, o simple con la abstención de Ciudadanos, Iglesias no apoyaría a Pedro Sánchez.

Viendo a Pedro Sánchez pienso irremediablemente en el error que cometió el PSOE al prescindir de Eduardo Madina para la secretaría general. Más que error, conspiración de la mediocre y totalmente prescindible Susana Díaz, que pensó que Sánchez sería más fácil de descabalgar que el político vasco. Sánchez también estuvo nervioso, interrumpió a sus oponentes y también mostró arrogancia y falta de preparación. También dejó su perla cuando razonó que en 1978 no existía internet, como si eso fuera un dato determinante, aparte de ser falso si somos rigurosos y tenemos en cuenta que la red la inventó el ejército estadounidense en los años sesenta. Pero eso es lo de menos. Lo de más es que Sánchez confía más en su metro noventa y seis de estatura y en su mirada a la cámara que en su valía intelectual. De hecho, Madina es un verdadero socialdemócrata con un robusto tejido ideológico, pero aquí también primó el marketing. Y la ambición de algún o alguna mediocre.

En definitiva, el debate consituyó un avance respecto al formato, que fomentaba la agilidad, la reducción al mínimo de argucias, tretas y condiciones interesadas, pero lo que necesita España es mejores candidatos. Y mejores ciudadanos que no permitan a su presidente escurrir el bulto, ni le dejen continuar en el cargo después de escribirle a Bárcenas que sea fuerte, ni le perdonen que consten registros que corroboran la existencia de quince sueldos en dinero negro cuando era candidato a presidente. Con políticos y ciudadanos así casi daría igual que los debates fuesen mudos.

 

 

 

 

 

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